Dentro de la segunda edición del Día mundial del arte 2015 y en colaboración con el proyecto GALERIAS DE BOLSILLO
Mis mejores deseos / Un viaje.
Cierta vez se organizó un viaje a un lugar ubicado en el interior de mi estado. Oaxaca. El pueblo tenía notoriedad entre un sector de mis amigos, pero para mí (hasta antes del viaje) era totalmente desconocido. Llegar significó recorrer un camino largo y sinuoso dentro de la sierra sur. Una pequeña carretera en medio de la nada y después una minúscula vereda. Un pueblo más que mágico me decían al buscar mayor referencia entre mis compañeros de viaje, a los cuales decidí ignorar en un punto del camino. Cuando llegamos a lo que parecía la entrada a un pueblo, una mujer de edad avanzada estaba explicando una larga fila de artefactos, todos acomodados sobre una interminable mesa de madera. El lugar estaba lleno de antiguallas; objetos de diferentes tamaños, formas y colores. La mujer hablaba de cada cosa con una dedicación inexplicable, lo levantaba, lo husmeaba y después de dar una descripción un tanto confusa lo volvía a dejar sobre la mesa con extremo cuidado. Cuando se percató de mi presencia que en ese momento era la única, me empezó a interrogar ¿cómo es vivir donde toda divinidad femenina ha sido borrada de su inconsciente?… me preguntó al mismo tiempo que empezaba a levantar otro objeto para seguir explicando su origen y significado. La ignoré y seguí un camino trazado en el suelo con ramas cruzadas que formaban una enorme alfombra. Al pueblo donde poco a poco me adentraba me parecía muy húmedo, antiguo y con poca iluminación, muy pequeño, diez casas alrededor de una vereda. Al seguir el camino después de mi recibimiento me encontré con una niña que encima de un diablo de carga, llevaba un mono enorme de casi dos metros, píntale un ojo y pide algo, me decía sin cesar y con una insistencia irritante de la cual decidí huir. No era lo único extraño en el sitio, el lugar estaba lleno de objetos dispersos por el suelo o la enorme mesa de madera, patas de conejos de color rosa, dos pájaros sin cabeza, pequeños dados sin puntos, una placa de metal con dibujos encriptados, una caja de madera con dos mazorcas, billetes de la suerte de diferentes tamaños, algunos billetes eran enormes y servían de mantel en la gran mesa de objetos que trataba de explicar la señora del principio. Al voltear arriba dos señoras levitaban sobre un hermoso cielo estrellado. Y al terminar el recorrido sobre una pared, había incrustadas muchas bolas de fuego rodeadas de seres extraños, todos en un punto detenido de algún tiempo que yo desconocía e ignoraba su retorno. Todos incandescentes e hipnóticos. Al final de aquella pared se acabó el pueblo y me despidió la misma señora del comienzo, su rostro ya era distinto, parecía haber salido de su personaje y convertirse en alguien distinto, te deseo lo mejor me dijo mientras yo avanzaba sobre el mismo camino que mis compañeros ya habían recorrido. De alguna forma convirtieron este pueblo en una gran casa de los espantos, pero mucho mejor, son muy ingeniosos me dije mientras dejaba atrás las diez casas que rodeaban la vereda. El misticismo que rodeaba el lugar poco a poco aminoraba, sin embargo al voltear al cielo, seguía viendo a las mujeres levitar sobre el mismo cielo estrellado.
Paul Meixueiro.
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